miércoles, 21 de marzo de 2007


Titus Groan de Mervyn Peake (Trilogía de Gormenghast 1):

Alguien dijo alguna vez que dentro de la literatura fantástica, existen dos grupos bien diferenciados. Los seguidores de J.R.R. Tolkien, y los de Mervyn Peake. En un primer momento me pareció una afirmación un tanto descabellada, pero a raíz de la lectura de este primer volumen de la trilogía de Gormenghast, creo que no podría haber una afirmación más acertada. Mientras que las similitudes entre la obras de ambos autores son escasas, sus diferencias son abrumadoras. La más destacable podríamos decir que es la del viaje iniciático de los personajes. Mientras que en la obra de Tolkien, se lleva a cabo un gran viaje, en la de Peake, toda la actividad transcurre dentro de la gran mole que es el castillo de Gormenghast.

El inicio de la obra es más bien lento. Peake tarda unas doscientas páginas en situarnos en la acción y presentarnos a los personajes. Tras este comentario, podría pensarse que el libro no merece la pena, o que su lectura es aburrida. Nada más lejos de la realidad, esta obra tiene un encanto superfluo. A través de su escritura, Peake nos hace sentir como si estuviéramos dentro del mismo castillo. En esos momentos es cuando uno entiende el porqué muchas veces se incluye esta obra dentro del género de novela gótica. Esos grandes castillos en la oscuridad, las murallas imponentes, el ambiente opresivo, la atmósfera depresiva…

El libro empieza describiendo el castillo de Gormenghast y sus alrededores, y sobre todo a los personajes: Sepulcravo, Gertrude, Excorio, Fucsia, Rottcodd etc… Brevemente se menciona el nacimiento del nuevo heredero de la casa Groan, Titus, que da nombre al libro. Sin embargo Titus (septuagésimo séptimo conde de Groan y heredero de Gormenghast) no es, a pesar del título de la obra, el personaje principal, es más, en la mayoría de la novela, solo aparece en contadas ocasiones (en su nacimiento, su bautizo y su investidura).

Y a pesar de que el libro carece de acción propiamente dicha, la trama atrapa al lector desde el inicio. Los distintos personajes tratan de realizar sus ambiciones, y aunque no tienen nada que ver entre sí, se ven atados a la gran mole de roca que es Gormenghast, y a pesar de ser un lugar triste y depresivo, no deja de ser su hogar. Aún más lejos, el castillo es el fiel exponente de una larga tradición que se desmorona, con zonas derruidas y deshabitadas, y grandes salas que muestran una opulencia propia de días pasados. De un pasado glorioso, y que casi nunca se visitan (La sala de las Tallas Brillantes, la Habitación de las Raíces).

Una mención especial merece el capítulo donde Peake trata la ensoñaciones de los personajes. Mediante la supresión de los signos de puntuación, el autor hace que la lectura de esta parte de la obra sea muy rápida, a la vez que frenética, como si por un momento nos encontráramos dentro de la mente de los personajes, como si fuéramos testigos de las frenéticas tribulaciones que recorren la mente de unas personalidades torturadas por su entorno y el peso de su propio pasado.

Hay un par de capítulos donde el narrador cambia bruscamente a primera persona, ralentizando la acción y la profundidad de los personajes. Al principio este hecho desorienta un poco al lector, que asiste con asombro a este súbito cambio. Sin embargo, al pasar estos capítulos se puede apreciar que la intención del autor es que nos olvidemos del gran universo que ha creado en los cientos de páginas anteriores, y nos centremos únicamente en los acontecimientos que se desarrollan en ese momento, es decir, que por unas páginas nos olvidemos de las distintas subtramas abiertas para centrarnos en lo que sin duda es una anticipación de lo que ocurrirá en los volúmenes siguientes.


En cuanto a los personajes de la obra, hay para todos los gustos, desde Lord Sepulcravo (padre de Titus) que se refugia en su amada biblioteca, incapaz de ver la realidad del mundo que le rodea, y anclado en las férreas tradiciones del pasado; su esposa, Lady Gertrude, abstraída del mundo, dedicada únicamente a sus gatos y pájaros, Fucsia, hermana de Titus, que se refugia en su inocencia infantil, y trata de suplir la falta de amor de sus progenitores a base de coleccionar objetos inservibles; las dos hermanas gemelas de Sepulcravo, Cora y Clarice, que alimentan terribles delirios de grandeza aristocráticos, y tan solo son capaces de pensar en el “poder” que deberían tener debido a su noble cuna.
Mención especial merece la figura de Pirañavelo (Steerpike). Al principio de la novela, es un simple pinche de cocina. Después de perderse una noche en los cielos y techos de Gormenghast, decide destruir el castillo (no su forma física, sus ladrillos, sus torres, sus habitaciones; sino su alma, su esencia, que no es otra cosa que la singular familia Groan). En este momento, podemos encontrar similitudes con la célebre obra de Edgar Allan Poe, "La Caída de la Casa Usher", la cual estaba erguida sobre las ruinas de un castillo y albergaba también las ruinas de una familia de noble origen venida a menos (con todas las connotaciones que esto representa).
Pirañavelo representa un nexo de unión entre las regias tradiciones del pasado, ancladas en la rígida monotonía, y el empuje de la nueva sociedad o de los jóvenes.
Y sobre todo Titus, que al principio es solo un niño y luego heredero del castillo, sobrelleva a duras penas el peso de la tradición que ya ha aniquilado a toda su familia, repleta de seres patéticos y distantes.

Las obsesiones de los personajes se repiten hasta la saciedad, y al final son éstas las que, a pesar de todo, sostienen Gormenghast. Como veíamos, es la Tradición lo que mantiene en pie el castillo. En Gormenghast el castillo absorbe la vida, pero no entrega nada a cambio y se eleva, orgulloso pero siempre frágil, sobre lo mundano y profano que es el mundo exterior (y Las casas de Barro).

Baste para justificar la rígida esencia de este mundo, una frase que encontramos dentro del libro, y que demuestra lo arraigado de la tradición y la rebelión ante cualquier cambio:

-Sólo sabían que algo estaba cambiando, cambiando en un mundo en el que el cambio era un delito.

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